Después de la derrota oficialista

Por Estela Sández 
dedicada a Nora Golias
Tal vez, si los candidatos con muy buena perfomance en las elecciones del domingo 11 de agosto, leyeran e interpretaran cabalmente el importante contenido de la palabra unión, como la acción de juntarse para formar un todo que lleve a buen puerto las mismas actividades, el optimismo podría continuar.

La verdadera unión, que ha entusiasmado a quienes constituían el 46% y seguramente ahora deben ser mucho más, es la esperanza que puede convertirse en una realidad plausible.

Los políticos que han conformado frentes o alianzas, no le tengamos miedo a la palabra Alianza, han adquirido una tremenda responsabilidad frente a una sociedad que se siente desprotegida, desolada, desorientada, cansada y temerosa. Los candidatos que participan de las alianzas o frentes opositores, elegidos por las mayorías en todas las provincias del país, hoy cargan sobre sus hombros y sus apellidos el peso de una propuesta que el voto ha convertido en un fuerte compromiso ético con una sociedad que los está observando sin parpadear. Quizá los candidatos ya han advertido la imperiosa necesidad de no mirarse el siempre tentador ombligo propio y probablemente, como todos han oído hablar de los Pactos de la Moncloa, estén repasando o leyéndolos con detenido discernimiento.

Pactos de lectura obligatoria para políticos de países que salen de gobiernos despóticos, intolerantes y abusivos. Lectura obligatoria que una vez asimilada, deberán poner en práctica ahora mismo y reafirmar cuando ejerzan sus cargos de diputados y senadores, a los que accederán única y solamente si no violan la palabra empeñada, que será la suscripción de los acuerdos programáticos de saneamiento y acción en todas las áreas de la función legislativa, política y jurídica con miras a restaurar la República y el federalismo que declara el artículo primero de la Constitución Nacional.

Desde la recuperación de la Democracia y el gobierno de Raúl Alfonsín se ha escuchado invocar esos acuerdos en el Palacio de Gobierno Español, luego de la muerte del caudillo Franco. Pero ha sido sólo una retahíla de palabras incumplidas. Una letanía de bla-bla-bla jamás llevada a cabo en estos treinta años. Ese discurso, oceánicamente hueco, ha derivado en el continuo sufrimiento de vaivenes y situaciones malogradas, padecidos por los argentinos, sobre todo los más jóvenes, los más ancianos y los más necesitados. Las conversaciones que los políticos integrantes de frentes opositores al actual oficialismo en todo el país deberán darse en un marco que ofrezca la misma decencia y honestidad que tuvieron las de Adolfo Suarez con González y Carrillo para, del mismo modo, extenderse a los dirigentes de organizaciones sindicales y sociales no gubernamentales.

No queda margen para palabreríos mentirosos ni intercambios de figuritas repetidas. Tampoco de versos acerca de la derecha neoliberal o de la izquierda nacional y popular. Todas esa calcomanías imantadas son sólo para ponerlas en la puerta de las heladeras, donde han quedado frizados los verdaderos significados que tuvieron esos términos al nacer. Apenas es necesario recordar qué entendemos por libertad, por libre, por nacional y por popular. Sólo voy a recordar que Bill Clinton fue considerado un neoliberal y los caudillos de la tan mentada Patria Grande de estos días, encabezados por Fidel Castro, se atosigan con la adjetivación nacional y popular.

Si esto no fuera suficientemente explícito, claro y comprensible, los invito a recordar los discursos y acciones del ex presidente Carlos Menem, desde hace una década, los que se dan en el atril de Balcarce 50 y muchos de los documentos que se firman en ese mismo lugar y en sus sucursales de provincias a lo largo de todo el territorio argentino.

El reloj de la democracia les está indicando a los políticos en campaña el tiempo para sacarse los atuendos luminosos con que salen a la calle y tomar cuanto licuado de decencia y honestidad haya en el mercado de valores y virtudes personales. Para completar tan breves requisitos, además de releer la Constitución Nacional, darle una permanente lectura a los acuerdos firmados y cumplidos por la dirigencia española durante la transición en 1977. Tenemos un escenario muy parecido, aún cuando muchos argentinos lo desconozcan. Y nosotros, los electores, además de tratar de conocer la vida y obra de aquellos a quienes vamos a votar, analicemos si uno es más que tres o cuatro y poder advertir quiénes y cuántos son necesarios para lograr producir un drástico cambio que desplace tanta mentira, corrupción e hipocresía.

Nadie olvide que una ley desvirtuada, la pauta oficial y el miedo han convertido a los medios audiovisuales en una corporación vasalla que repite el discurso oficial en detrimento de su función de informar la verdad. Esa es la contundente razón por la que todos debemos hacer docencia y suplir las carencias de conocimientos con que una considerable mayoría irá a las urnas en octubre.