Entre el triunfo electoral de octubre, y la asunción del mando el 10 de diciembre, Raúl Alfonsín tuvo que acelerar los tiempos para armar su gobierno y definir los primeros pasos. Tras las celebraciones del pueblo que recuperaba la libertad y la república, y las expectativas por el regreso de la democracia, el presidente electo debió concentrarse con sus colaboradores en una tarea que exigiría tiempo y dedicación jornada completa. Habíamos salido del infierno que tuvo al país preso de la peor calamidad.
Entre el 30 de octubre y el 10 de diciembre, Raúl Alfonsín tuvo que organizar su gobierno de manera precipitada. Y pasar de la euforia y la celebración por el sorprendente triunfo electoral, a la concentración en la tarea que exigiría energías descomunales, con resultados inciertos. Fueron 40 días de entusiasmo y vértigo. Se “estrenaba” una democracia nueva, las condiciones no daban para reeditar ninguna experiencia que pudiera registrar la memoria de los argentinos de aquel entonces. ¿Cómo armar un gobierno sin tener detrás otra cosa que el abismo, ese inmenso agujero negro que dejaba la dictadura, lejanas referencias y experiencias de los años 60 y 70, un torrente aluvional de trayectorias diversas, exilios interiores y exteriores, todos convocados por aquel impensado desafío? “Todo fue demasiado rápido en esas últimas semanas de 1983.
Quienes vivieron aquella etapa, la "Primavera democráctica", recordarán aquel hombre de bigotes negros y gruesos, potentes como sus convicciones, que por entonces hablaba con energía desde el balcón de la Casa Rosada. Enfatizando su oratoria con el índice de su mano derecha extendido, cortando el aire en cada gesto, y la mano izquierda en el bolsillo del saco, prometiendo entonces que "con la democracia se cura, se come y se educa", metas que, como todos sabemos, no se han cumplido tal como aquel Presidente lo soñaba entonces. No era esa ilusión, todavía frágil por la historia que cargábamos como una mochila pesada, una ofrenda para él sino para lo que en aquel momento encarnaba con tanta fuerza y pasión. La gente en su alegría ahuyentaba los fantasmas. Cantaba contra los militares el clásico: “Se van/ se van/ y nunca volverán”, pero el temor y las experiencias pasadas los obligaban a preguntarse en la intimidad: “No volverán, ¿no?”. “Después de jurar, Alfonsín seacostóa dormir la siesta” contó una vez Margarita Ronco, eterna secretaria del ex presidente, quien contó detalles increíbles de la transición. La visita de Menem, la montaña de demandas y una anécdota con el grupo Menudo. La organización de una ceremonia inédita entre la desconfianza, la incertidumbre y la esperanza.
Argentina, sin embargo, siegue siendo ese país que ha sufrido por desencuentros; las dictaduras, las desmesuras y torpezas, los aprovechamientos y experimentos de la derecha y, también, de la izquierda, la persecución, los bombardeos, la estigmatización, la tortura, la resistencia, la inflación, y otras calamidades. Pero ahora estábamos huérfanos de los fanáticos asesinos que habían sumergido en el oscurantismo más profundo al país. Ahora había que darle forma a la democracia: Ahora Alfonsín.
Habíamos estado sumergidos en una campaña electoral que no dio respiro y desbordó las más entusiastas expectativas, nadábamos entre el vértigo que producía el descalabro y retirada de la dictadura militar y la incertidumbre de un período que debía desembocar, no sabíamos bien de qué modo, en el retorno a un régimen democrático”, recuerda Horacio Jaunarena, entonces un abogado radical de Pergamino, de 41 años, que acompañaba a Raúl Borrás, uno de los “delfines” y hombres de mayor confianza de Alfonsín. Había que contener las expresiones de júbilo y las emociones personales, que eran muchas y muy fuertes, y poner manos a la obra. Había que organizar el nuevo gobierno y preparar la puesta en marcha de la vida democrática. Un momento sin precedentes para la historia del país colocaba a aquel puñado de hombres frente a un reto inédito; la última experiencia de gestión del radicalismo había sido veinte años atrás, durante los tres años de gobierno de Arturo Illia (‘63-’66), interrumpido por otro golpe de Estado. La última salida de los militares del poder y comienzo de una experiencia democrática, diez años antes, con el retorno del peronismo al gobierno en el ‘73, tampoco había terminado bien.
Los hombres con los que contaba este abogado y dirigente político, don Raúl Alfonsín, radical de 56 años, elegido el 30 de octubre por el 52% de los votos, eran los viejos dirigentes de su partido, la UCR, quienes venían acompañándolo en su Movimiento de Renovación y Cambio y el núcleo del “Grupo Lalín”, que a lo largo de los años ’70 se reunía todos los miércoles, en lo que su principal referente definía como “una estrategia sin tiempo” para pensar el país y su futuro. A ese núcleo se fueron sumando políticos radicales y extrapartidarios, intelectuales y profesionales que no imaginaban que llegaría aquel momento. Esa fue la cantera principal de la que salieron los equipos del Presidente. No había ni poderosos ni “influyentes”.
Algunos recuerdos de aquella primavera democrática:
- Los demócratas chilenos, que en 1983 padecían la dictadura de Pinochet, asistieron a la asunción de Alfonsín con la expectativa de un contagio democrático en el Cono Sur. El ex presidente socialista Ricardo Lagos recuerda su afinidad inmediata con el presidente argentino.
- El emblemático actor del cine nacional, Héctor Alterio, fue amenazado de muerte por la Triple A y perseguido por la dictadura. Tuvo que exiliarse en Madrid, donde seguían vigilándolo. En 1983, pudo volver a trabajar en el país. Fue protagonista, junto a Norma Lenadro, de “La historia oficial”, una película que se pudo filmar gracias al retorno democrático. Fue estrenada en abril de 1985, abordó el tema del robo de niños y ganó el Oscar.
- El historiador Robert Potash dice que cuando Alfonsín tuvo el acierto de recitar el Preámbulo de la Constitución Nacional en sus discursos, y luego sumó la promesa de enjuiciar a los dictadores, el ex presidente “electrizaba multitudes”.
- El Nunca Más que elaboró la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), expone y deja al desnudo las zonas más oscuras: torturadores y asesinos tenían a su vez familias y una rutina a la luz del día mientras decidían si sus víctimas serían o no arrojadas con vida al Río de la Plata. La pesada tarea de reunir expedientes y pruebas para remitirlas a la Justicia en el informe Nunca Más se canalizó entonces a través del trabajo de numerosos voluntarios cuyos plazos también fueron acotados. Entre sus integrantes, la Conadep tuvo a la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y al escritor Ernesto Sabato.
- "La esperanza, que era casi imposible hace días, es ahora nuestro venturoso deber”, dijo Jorge Luis Borges. Y agregó: "Escribí alguna vez que la democracia es un abuso de la estadística: yo he recordado muchas veces el caos provisto de urnas electorales. El 30 de octubre de 1983 la democracia argentina me ha refutado espléndidamente. Espléndida y asombrosamente. Mi utopía sigue siendo el país o todo el planeta, sin Estado o con un mínimo de Estado, pero entiendo no sin tristeza que esa utopía es prematura y que todavía nos faltan algunos siglos".