Adiós al eterno Santiago Feliú

Por Ernesto Simón 
Heme aquí con el cubano Santiago Feliú. Antes de contar lo que voy a contar, quiero explicar algo: Esto no es un obituario ni un réquiem, es un recuerdo inevitable que llegó a mi cabeza hace años y, sospecho, no escampará jamás. Tengan respeto, es una crónica atribulada y lamentosa; acaso derrotada, que buscó dónde posarse y nunca encontró paz hasta que me halló a mí. Ahora vive conmigo. Es bueno que así sea.

Recibo un llamado de esos que uno no quisiera recibir con frecuencia. Pero sí, Te llaman desde Cuba, me dicen en casa. Ahí voy, y corro al teléfono. Es alguien de la secretaría de Cultura de aquel país, me dice que se ha muerto Santiago Feliú. ¡¿Qué?!, pregunto. Sí, lamentablemente se ha muerto de un paro cardíaco. Sabemos de tu amistad con Santiaguito, alguien de su familia nos pidió que te avisáramos. Nos saludamos y cuelga. Yo me quedo con el teléfono en la mano. En ése instante se me cruza por la cabeza una llamada similar. Cuando murió Spinetta la sensación fue parecida. Acaban de anunciarme que ha muerto un amigo. Me quedo con la mente en blanco. Me cuesta reaccionar. Ahora cuelgo y me brotan lágrimas, estoy llorando otra vez.

Mi primera reacción es correr a ver las noticias en la computadora. Entro a un sitio que confirma la mala noticia. "A los 51 años murió el trovador cubano Santiago Feliú". Fuimos amigos inseparables. Durante un año entero estuve viviendo en Cuba y durante todo ese año nos veíamos cada dos días por lo menos. Era un tipo macanudo. Maravilloso, Santiago, fuiste de esa clase de gente con la que uno quisiera pasar horas y horas sin pensar en el tiempo. Tu conversación era sinuosa, afilada, inteligente. Y cuando comíamos arroz con banana frita en aquella taberna de mala muerte de La Habana Vieja, por dios, mi compadre, los dueños esperaban a que terminaras de cenar y te pasaban la guitarra. Tocabas al revés, camarada, dabas vuelta la guitarra: las cuerdas finas te quedaban arriba y las gruesas abajo. Che, argentino, me decías siempre, ¿Qué querés escuchar? Y yo te pedía las canciones "Vida", "Para Barbara", "Mi mujer está muy sensible". “La guerra de las galaxias” y "Trovadores". Tocá lo que querás, Santy. Vos te echabas a reír y me decías: Te dije un solo tema, no cinco. Y los dos nos mirábamos cómplices y nos reíamos mientras por la taberna circulaba el ron con hielo y limón.

La crónica dice que ha nacido en La Habana el 29 de marzo de 1962, tocaba la guitarra y el piano, y con menor frecuencia, pero con toda destreza, también ejecutaba el bajo, la armónica y la percusión. Compuso bellas canciones que llegaron a conmoverme hasta lo más profundo de mi pobre alma: "Para Bárbara", "Mi mujer está muy sensible", "Búscame (sobrevolando un sueño)" y "Ni las soledades". Santiago, hermano menor de Vicente, que fue uno de los fundadores del Movimiento Nueva Trova Cubana junto a Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola, aportó su lirismo rabioso y un sonido eléctrico, también abonado desde su peculiar toque de zurdo en una guitarra a la que supo modificarle el orden de las cuerdas. Era un rockero trovador que revolucionó la música cubana y supo convertirse en fiel continuador de la quintaescencia de Silvio.

Feliú vino a vivir varios años a Argentina. Fue, recuerdo nítidamente, durante la década del 90, tiempo en el que trabó relaciones personales y estéticas con Juan Carlos Baglietto, Fito Páez, León Gieco y con quien ahora escribe esta atribulada crónica. Desde hace casi tres décadas, a partir de que Silvio Rodríguez lo tuvo como invitado en uno de sus conciertos, era asiduo protagonista de recitales y giras por todo Latinoamérica. El año pasado vino al país y fui a visitarlo. Me dijo que se sentía "un porteño del Caribe, un habanero rioplatense”. Le dije que ojalá nunca se pareciera a los porteños, Sería lamentable, camarada. Y volvimos a reír como en aquellos viejos tiempos en que el ímpetu invencible de la juventud nos hizo creer que cambiaríamos el mundo. Luego el mundo nos pasó por encima acabando con todos nuestros sueños. Pero de ésa tragedia escribiré otro día.

Voy a extrañar tus llamadas, tus visitas a esta tierra emancipada que lucha y se debate por encontrar la libertad todavía secuestrada por los poderosos ensañados que tiran de un lado y del otro. Son la cría del proceso, Santiago, creéme cuando te lo digo. Te sorprenderías si te contara que en 30 años de democracia todavía no aprendimos nada. Hasta siempre, mi entrañable amigo cubano, intentaré recordarte todos los días de mi vida. Y, quizá, si el estado de ánimo me lo permite, estaré escuchando tus canciones hasta que a la larga me tape el invierno.