Por Carlos Blanchet
Distintos pensadores coincidieron frente a la primera traducción de La Biblia al romance que no había que dibujar la figura de Dios. Se opusieron en su mayoría al argumentar que si se encerraba su imagen en un dibujo, sería mortal y no inmortal o finito e infinito, por dar una explicación paqueta de la cosa.
Hace rato que me da vueltas en la cabeza esa absurda idea marketinera de que tanto Dios como Cristo son como son gracias a las imágenes y estampas en el “for sale” de alguna iglesia.
A los ocho años llegó a mis manos Las Increíbles Aventuras de Tom Sawyer. Desde esa edad a hoy han pasado treinta años y por haber sido una versión ilustrada del clásico literario no pude diluir en mi mente con el pasar del tiempo esa figura dibujada de Tom. Lo mismo con la religión: Difícilmente se imagine a Dios o Cristo alejado a esas imágenes vendidas e ilustradas.
Esa imagen es mortal. Cual pensaron aquellos encargados de la traducción de La Biblia. El marketing lo aleja rotundamente de cualquier libre interpretación. Se me ocurre que mientras más se lo aleja más inalcanzable es por lo que más infinito. En esa relación imaginación-espíritu, si es que existe, es mejor alejarlo. Pero es una inmensa paradoja Dios y Cristo son cercanos a mi no por lejanía sino cercanía.
Son las ocho de la noche en Buenos Aires. El País Diario, de San Juan, espera estas líneas y me decido por un paseo en mi barrio. Hay dos plazas, dos estaciones de servicio y dos iglesias. Es domingo por lo que el séptimo día se descansa por dar un ejemplo bíblico, ya que estamos. Una de las Iglesias está cerrada y la otra abrió sus puertas. Jacques Leclercq decía que cuando se cerraban las puertas de un templo era para que sus feligreses no escaparan. Y que por el contrario, debían estar abiertas para que la gente entrara. Esta la gran preocupación de Juan XXIII, que suponía un lugar de felicidad para todos los hombres de buena voluntad.
Los servis están repletos quién más quién menos, jóvenes en su mayoría. Las familias en las plazas en pleno ejercicio dominical. Y la única Iglesia abierta en su vereda contiene poco más de treinta personas. Terminó la misa y el cura párroco se despide cerrando el portón de acceso: Gente, buenas noches. Buenas noches padre, responden. En frente, a la distancia de la calle y la vereda, el contenedor de residuos. Y ahí la fé mira a otro lado. Un ignorante pobre infeliz con bastón, buscando comida.
Quiero líos en las diócesis dijo esta semana el Papa Francisco. Quiero que salgan a las calles. Quiero que nadie les quite las esperanzas. Prediquen con el bien. Y no quiten las esperanzas también ustedes. Les pidió a los jóvenes en Copacabana.
Quieren más pruebas y evidencias de las agonías de los pueblos que la de un pobre entupido infeliz revolviendo basura frente a una iglesia. ¿Hasta cuando más pruebas contrarias que las calles mismas del frío y la desesperanza? Cuantos más canales de televisión con costosas transmisiones de fé, frente a los ojos mortales, del que todo muere y nada resucita. Adán y Eva fueron creados inmortales hasta que pecaron por un mordisco en su ignorancia. Claro está que es mejor ser ignorante y vivir infinitamente que morir con Dios y Cristo mortales.
"Cuando las gentes", dijo Miguel de Unamuno, "piden con angustia pruebas de algo trascendental, es casi siempre porque tienen demasiados ejemplos en contra de lo que quieren ver demostrado". Se busca una ceguera para no ver lo que se tiene delante. La agonía misma. Ayer, el Cardenal Jorge Bergoglio, como hoy el Papa Francisco, es gente como vos y yo; mortales. Dios y Cristo son otra cosa: Como la eucaristía y la palabra son otra cosa. Lo demás puro cuento. Como el Francisco de la revista Time.