De la Economía a la Neuroeconomía

Por Luján Garibaldi 
Modernos hallazgos que vienen de las neurociencias describen una racionalidad humana mucho más compleja y lejana de la que hoy tomamos como base para modelizar la toma de decisiones en economía. ¿Cambio de paradigma en las ciencias económicas ?

Fueron los neoclásicos los que formalizaron, matemática mediante, los modelos económicos (de equilibrio parcial y de equilibrio general) que han perdurado hasta la actualidad. Supone una racionalidad maximizadora de beneficios / minimizadora de costos bastante extrema, siempre en lo que respecta a nuestra tarea de tomar decisiones económicas en función del dilema recursos escasos versus necesidades infinitas.
Asi se fundamentaron para darle formato científico / matemático a ideas pre-existentes, como por ejemplo las que venían postulando Adam Smith y David Ricardo -entre los principales de la llamada Escuela Clásica en economía-, ideas que habían tomado auge principalmente con la 1ra Revolución Industrial (siglo XVIII), cuando se empezaron a formar los estados naciones y las economías de mercado que aún hoy perduran.

Quizás Keynes y sus seguidores sean una de las pocas escuelas que empezaron a cuestionar la racionalidad neoclásica, en especial con sus aportes sobre el comportamiento de la función de inversión en épocas de crisis, la trampa de la liquidez, y otros tópicos relacionados. Recordemos que Keynes escribió en la época de la Gran Depresión de la década de 1930 (su famosa Teoría General es de 1936), donde casi se derrumba el capitalismo, dando muestras que algo fallaba en el sistema, y obviamente también en la teoría económica.

Keynes y sus seguidores pusieron énfasis en que la economía no siempre camina por senderos de alta racionalidad y que por ejemplo muchas veces se dan situaciones de pánico colectivo que implican parálisis de inversión y consumo, aún ante condiciones que deberían permitir a “hombres racionales” volver a una situación de equilibrio, o sea a salir de la crisis. Sus postulados entonces se hicieron famosos durante la crisis mundial del ’30, como ya dijimos, cuando el Estado tuvo que salir a suplir la falta de iniciativa privada (consumo e inversión privada) con iniciativa pública (gasto público) para que el mundo volviera al crecimiento, postulados que también se han corroborado como bastante acertados en innumerables situaciones en décadas posteriores, donde ciertas economías nacionales cayeron en situaciones de desequilibrio prolongado (recesión, depresión, estanflación, etc.) y no se recuperaron fácil (caso Japón en los ‘90, etc.).

En una palabra, detrás del pensamiento keynesiano y sus ramificaciones subyace la idea de que los individuos y las empresas no son 100% maximizadores en cuanto a sus decisiones de índole económica, por distintas y discutibles razones, pero no siempre maximizadores. Lamentablemente, keynes escribió en una época donde las neurociencias no mostraban los avances que hoy muestran, que incluso ya han permitido el surgimiento de lo que algunos teóricos llaman neuroeconomía, rama de la ciencia económica que trata de buscar explicaciones a la toma de decisiones en función del estudio del funcionamiento del cerebro humano, que tiene un alto componente emocional además de su conocido componente racional-optimizador.

Y si bien es irrefutable que la escasez de recursos obliga a los seres humanos a tender hacia la maximización de beneficios y/o minimización de costos, y siempre va a ser así -salvo que el hombre cambiara y se volviera una persona que se conformara con poco, o que estuviera dispuesto a compartir todo con su prójimo, lo que nos acercaría al hombre pronosticado por Marx (y por los socialistas utópicos) en su pronosticado “fin de la historia”-, la neuroeconomía de a poco está mostrando que el ser humano es maximizador sólo “a grandes rasgos”, o en forma limitada al decir de Simon; es decir los es sólo en términos relativos, no absolutos.

Es decir hoy está cada vez más claro, a partir de la ayuda de las neurociencias, que el ser humano no siempre maximiza beneficios y / o minimiza costos en sus decisiones económicas, y por lo tanto el basamento fundamental con el que se construyen todos los modelos económicos estaría empezando a relativizarse. Es más, modernas investigaciones en neuromarketing por ejemplo, ilustran casos donde las personas se comportan en forma contraria a lo que pronostica la teoría de la demanda neoclásica. Recientes investigaciones en el campo de las neurociencias nos indican que, al contrario de lo que la mayoría de las personas cree, la carga emocional que subyace a nuestro proceso de toma de decisiones es muy alta; de hecho hoy, ningún campo científico puede analizar seriamente la toma de decisiones humana si no considera la interacción de ambos sistemas en nuestra manera de actuar: el deliberativo y por sobre todas las cosas el emocional.

A decir del autor Simon, el proceso de toma de decisiones no seria del todo racional sino de racionalidad limitada. Y así como en sus épocas, la Escuela Neoclásica entendió que había que “parar con la mera especulación sin fundamentos científicos”, posibilitando el auge de la economía como ciencia, ahora quizás sea hora que la Escuela de la Neuroeconomía, si así se la puede llamar, diga “paremos un poco con tanta maximización y ultra-racionalidad y pongámonos a modelizar también la irracionalidad / emocionalidad del ser humano, que las neurociencias están mostrando que es muy importante para explicar la conducta humana”. Probablemente, la ya complicada tarea de científico de la economía (por la matemática compleja que hoy se usa) se va a complicar aún más, pero en otro sentido y con un debate que se va a enriquecer y lo que es mejor, las políticas económicas, basadas en dichos modelos, quizás sean más acertadas. Y hasta quizás se daría en la ciencia económica un cambio de paradigma, pasando del hoy vigente (neoclásico) a uno probablemente llamado neuroeconómico, aunque ésto ya es más difícil.