Son más de 1,3 millones de menores de 18 años que no acceden a bienes básicos. Cerca de 290.000 son indigentes. El índice de pobreza en todo el país es de 38,8%. De ser esta la Década Ganada mejor volvamos al empate.
El 42,6% de los chicos y adolescentes del conurbano bonaerense están en la pobreza. Y el 9,4% sufre indigencia, ya que en sus casas no hay ni siquiera recursos para la alimentación básica. Así lo indican los resultados de la encuesta del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia para 2013, que presentó la Universidad Católica Argentina (UCA) y que muestra que en los últimos dos años, como consecuencia de la suba de precios y del menor nivel de actividad económica, se agravó la situación de la niñez. Traducidos los índices, en el conurbano hay 1,3 millones de chicos de hasta 17 años que son pobres. De ellos, 290.000 son indigentes.
Según se estima, la tendencia al crecimiento de la pobreza infantil seguiría este año por causa de la inflación y de la caída de fuentes laborales, que afectan principalmente a las familias con mayor grado de vulnerabilidad. Expertos en el tema advirtieron que hoy no están dadas las condiciones para evitar que la pobreza se herede, en una cadena intergeneracional.
En el total de la población urbana del país -el relevamiento de la UCA abarca 5700 hogares de 19 áreas urbanas-, la pobreza entre los menores de 18 años está estimada en 38,8%, contra el 37,2% de 2012. Así, unos 5 millones de niños y adolescentes son pobres, y, de ellos, unos 800.000 (9%), indigentes.
En la población urbana total, la pobreza llega al 27,5%, según el mismo trabajo.
En el conurbano, en 2012 los niños sumergidos en la pobreza eran el 42%, un índice seis décimas inferior que el de la medición más reciente. El aumento es más pronunciado en comparación con 2011, cuando la tasa alcanzó el 38,5%. Ese año se había registrado una baja significativa, como efecto de la extensión del pago de la asignación universal por hijo (AUH). En 2010 el índice era de 47,3%. Pero los números ya muestran ahora un deterioro por segundo año consecutivo.
En la ciudad de Buenos Aires, la pobreza y la indigencia infantil se ubican en el 18,9 y en el 3,4%, respectivamente, con leves alzas respecto de 2012.
Para estimar los índices de pobreza, la UCA compara los ingresos declarados en los hogares con el valor de una canasta de bienes y servicios, a la cual se asignó para 2013 un valor de $4142 en el caso de una familia de cuatro personas (dos adultos y dos niños). Para la indigencia, el valor de la canasta fue de $1982.
La tendencia a un aumento de la pobreza medida por ingresos se ve agravada por la persistencia de elevados niveles de pobreza estructural, es decir, de la que no se mide por la suficiencia o no de los ingresos para acceder a determinados productos sino por las condiciones de vida y vivienda. En el conurbano, el 27,2% de los chicos tiene necesidades básicas insatisfechas (NBI), un índice que en este caso tuvo una leve mejora respecto de los tres años previos.
Eso significa que en el hogar se da al menos una de las siguientes situaciones: hay tres o más personas por cuarto; la vivienda es precaria; algún miembro menor de 12 años no va a la escuela; o hay cuatro o más integrantes por cada ocupado en coincidencia con que el jefe de familia sólo tiene nivel educativo primario.
Que los índices de pobreza e indigencia sean mayores entre la población infantil es un fenómeno observado en América latina, pero las diferencias son mayores en la Argentina, según afirma Gala Díaz Langou, coordinadora del Programa de Protección Social del Cippec. Agrega que hay varios factores que explican eso y uno de ellos es que la regulación laboral no favorece en nuestro país la inserción plena en el empleo de personas con chicos a cargo, al menos por dos razones: limitaciones del régimen de licencias e insuficiencia en la oferta de centros para el cuidado de los niños. Otra razón, agregó, es que según datos de una encuesta oficial, en el 10% más pobre de la población, el 30% de los menores no tiene ninguna cobertura de ingresos, lo que revela que persisten muchos hogares pobres a los que no llega la Asignación Universal por Hijo.
La infantilización de la pobreza es una problemática social que revela la continuidad de una cadena de "herencia" de la pobreza. "Las múltiples carencias materiales, sociales y emocionales en los primeros años de vida provocan consecuencias en el desarrollo físico y cognitivo de los niños, probablemente limitando su capacidad de apropiarse de los recursos necesarios para un mejor aprovechamiento de oportunidades, y propiciando procesos de reproducción intergeneracional de la pobreza", advierte el informe de la UCA.
Para Leonardo Gasparini, director del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad de La Plata, "reducir sustancialmente la persistencia intergeneracional de la pobreza requiere dotar a niños y jóvenes de posibilidades educativas, de un stock de capital social o de posibilidades laborales muy superiores a la de sus padres". Pero agrega: "La evidencia sugiere que esto no está ocurriendo", ya que si bien la AUH es muy útil para aliviar carencias, su impacto sobre la educación y las perspectivas de superar la pobreza "es pequeño".
La situación actual empeora, según afirma Daniel Arroyo, ex secretario de Políticas Sociales de la Nación, porque las transferencias de recursos están seriamente afectadas por el deterioro que les produce la inflación, algo que se suma a una situación de "parate en las changas" laborales y pérdida de empleo formal.
Además, agregó Arroyo -que hoy está en las filas del massismo-, en el conurbano hay una situación crítica por la escasez presupuestaria que perjudica a los comedores escolares. "Ha crecido un 50% la cantidad de personas que va a comedores comunitarios", advierte. Y lamenta: "Hay una generación de personas que no han visto trabajar ni a sus padres ni a sus abuelos y muchos de estos jóvenes ya son padres, por lo que habría una cuarta generación de pobreza".